viernes, 28 de septiembre de 2012

GAUGUIN Y EL VIAJE A LO EXÓTICO EN EL MUSEO THYSSEN


Gauguin y el viaje a lo exótico 

Del 9 de octubre de 2012 al 13 de enero de 2013  Coincidiendo con la celebración del veinte aniversario de su apertura, el Museo Thyssen-Bornemisza presentará, a partir del 9 de octubre, la exposición Gauguin y el viaje a lo exótico. Con la huida de Paul Gauguin a Tahití como hilo conductor, la muestra descubrirá de qué forma el viaje hacia mundos supuestamente más auténticos produjo una renovación del lenguaje creativo y en qué medida esta experiencia condicionó la transformación de la modernidad. Gauguin y el viaje a lo exótico recorrerá un itinerario que comienza con las experimentaciones artísticas de Paul Gauguin en los Mares del Sur y continúa con las exploraciones de artistas posteriores como  Emil Nolde,  Henri Matisse,  Wassily Kandinsky, Paul Klee o August Macke, con el objetivo de dar a conocer la impronta de Gauguin en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX.
La exposición se ha organizado en ocho capítulos con un itinerario cronológico y temático:



Invitación al viaje



El recorrido arrancará con la obra de Eugène Delacroix Mujeres
de Argel en un interior (1849). Delacroix es uno de los primeros
artistas en viajar al norte de África y también un precursor en el
modo de concebir la obra de arte como producto de la
imaginación creadora. El movimiento rítmico y el seductor
colorido de sus representaciones de Oriente, serán un
precedente fundamental para los artistas de la modernidad. Las
escenas de indolencia femenina como Paran api (¿Qué hay de
nuevo?) (1892) del periodo tahitiano de Gauguin reflejan la
influencia del pintor romántico francés. 

Idas y venidas, Martinica



La breve pero intensa estancia de Gauguin, junto al pintor Charles
Laval, en Martinica en 1887, supuso un giro transcendental en su
carrera. Esta primera experiencia artística ante la espesura
tropical y el encanto de las gentes de la isla, cambiará
definitivamente su lenguaje pictórico que tomará forma propia en
obras como el famoso  Idas y venidas, Martinica (1887) que da
título a este capítulo.

Paraíso tahitiano



En Oceanía, Gauguin se volcó en la representación de la deslumbrante
naturaleza y de la cultura maorí, en proceso de desaparición. Con su
particular estilo sintetista, construido mediante grandes superficies de
color y un profundo contenido simbólico y mítico, pinta Matamoe (Muerte
con pavos reales) (1892),  Dos mujeres tahitianas (1899) o  Mata mua
(Érase una vez) (1892). En todas ellas la exuberancia salvaje de la isla se
convierte en una utópica Edad de Oro cargada de fragancias y
explosiones cromáticas. Pero los trópicos son lugares en donde el
Paraíso y la perdición están muy próximos y, tras un progresivo deterioro
de su salud física y mental, las composiciones de Gauguin se vuelven
más misteriosas y siniestras. El deseado Paraíso tahitiano se  convierte
en el Paraíso perdido. 


Bajo las palmeras



El mundo de la jungla se convirtió en uno de los motivos
recurrentes de la temática modernista. Ese universo bajo las
palmeras proporcionaba un contrapunto que desbordaba los
límites del lenguaje artístico vigente y un medio para superar la
crisis de valores estéticos, morales y políticos. En las obras de
Paul Gauguin, Henri Rousseau, Henri Matisse, Emil Nolde, Max
Pechstein, August  Macke o Franz Marc la relación con la
naturaleza salvaje, real o imaginaria, se convirtió en el modo
idóneo de recuperar la inocencia y la felicidad, el verdadero
sentido del arte. 

El artista como etnógrafo
La atracción por lo exótico se pone de manifiesto en una nueva relación
de los artistas con la etnografía. Como defendía el etnógrafo francés
Victor Segalen (1898-1919): “no nos preciemos en asimilar las
costumbres, las razas, las naciones, de asimilar a los demás; sino por el
contrario, alegrémonos de no poder hacerlo nunca; reservémonos así la
perdurabilidad del placer de sentir lo Diverso”. Gauguin y los pintores
expresionistas se sintieron atraídos por la “incomprensibilidad eterna”, la
extrañeza irreductible de las culturas exóticas, de sus costumbres, de sus
rostros, de sus lenguajes. Muchacha con abanico (1902) de Gauguin o la
serie de Emil Nolde sobre los nativos de los Mares del Sur (1913-1914)
revelan la mirada “estética” que establecieron frente al Otro.

Gauguin, el canon exótico
Paul Gauguin, el tránsfuga de la civilización, el artista mítico que se hizo
salvaje para encontrar una nueva visión para el arte, se convirtió en los
primeros años del siglo XX en el nuevo canon para los expresionistas
alemanes, los primitivistas rusos y los fauves franceses. Mientras que
muchos de ellos, como Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel o André
Derain estudiaron el arte primitivo en los museos etnográficos, otros,
como Emil Nolde o Max Pechstein, se embarcaron hacia tierras lejanas
en busca de lo exótico. Por otra parte, las diversas exposiciones de
Gauguin que se celebraron tras su muerte en 1903, sirvieron para dar a
conocer las innovaciones de su pintura a las nuevas generaciones de
artistas.

La luna del sur
A comienzos del siglo XX los artistas que viajaron al norte de África
perseguían un nuevo lenguaje basado en la luz y el color. La
experiencia estética de Wassily Kandinsky, durante un viaje a Túnez en
1905, le descubrió una pintura de factura más experimental y un colorido
más brillante que sería esencial para el desarrollo de la abstracción.
Diez años después, August Macke y Paul Klee lograron la liberación de
la forma y del color. El propio Klee, consciente de ello, dejó escrito en su
diario: “Cuando la clara luna del norte se
levante, me recordará esta noche como
reflejo mortecino y me servirá una y otra vez
de advertencia. Será como mi novia, como mi otro Yo. Un estímulo para encontrarme. Yo mismo, soy la
salida de la luna del sur”.

Tabú. Matisse y Murnau



La exposición se cerrará con la estancia de Henri Matisse en la Polinesia
francesa en 1930 donde coincide con el rodaje de Tabu (1931) del director de
cine expresionista alemán F.W. Murnau. Si Gauguin había planeado su viaje
como una huida de la civilización, Matisse lo había proyectado como un viaje de
placer, pero terminó convirtiéndose en el punto de arranque de una nueva etapa
artística. Los recuerdos y ensoñaciones de Tahití se tradujeron en las
experimentaciones de sus años finales con los papiers découpés, reverenciados
como la culminación de su carrera, y también en el último soplo de la utopía de
las vanguardias

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