lunes, 14 de octubre de 2013

PINTAR PARA RESISTIR EN LES MILLES


Un antiguo campo de deportación situado en la Provenza acoge una insólita muestra sobre la creación artística que desarrollaron sus reclusos
ÁLEX VICENTE Aix-en-Provence 



Retrato de Ferdinand Springer.

Un inmenso bloque de ladrillo se erige entre la nube de polvo que se ha levantado bajo un sol de justicia. El paraje resulta algo siniestro, pero nada induce a pensar que esta antigua fábrica de tejas, ocho kilómetros al suroeste de Aix-en-Provence, constituyó uno de los mayores campos de internamiento y deportación en los días más oscuros del siglo pasado. Al otro lado de la carretera, todavía se divisa la minúscula estación desde la que los reclusos, entre ellos un centenar de niños, partían en dirección a Auschwitz.
El tejar de Les Milles, único campo de concentración conservado intacto en territorio francés, apresó hasta la ocupación nazi a los alemanes, austriacos y húngaros que residían en la zona, sospechosos de ser agentes enemigos y tratados como indeseables por las autoridades locales, aunque en su gran mayoría hubieran huido a Francia para escapar del ascenso hitleriano. Tras la proclamación del régimen de Vichy, fueron entregados al ocupante y siguieron cautivos en el campo, junto a cientos de judíos retenidos a la espera de ser sometidos a la solución final.
Entre quienes pasaron por este campo, convertido el año pasado en museo histórico y lugar de memoria, se contaban por decenas los artistas y escritores. “Por eso Les Milles era conocido como el campo de los pintores”, asegura su director, Cyprien Fonvielle, dando la bienvenida en un largo pasillo de hornos industriales. Una exposición revela ahora la actividad artística que algunos de sus presos más célebres desarrollaron in situ. Hasta el 15 de diciembre, Les Milles acoge la exposición Créer pour résister (Crear para resistir), que recoge la huella que pintores como Max Ernst, Hans Bellmer, Ferdinand Springer o Alfred Schulze (más conocido como Wols) dejaron entre sus cuatro paredes. Todos ellos se empeñaron en seguir creando pese a las dificultades que imponía el contexto. “Fue una forma de resistencia a la deshumanización de la que eran objeto, una manera de seguir siendo hombres libres y erguidos en este lugar de sufrimiento, que pese a todo logró inspirarles”, opina Alain Chouraqui, presidente de la fundación que gestiona el campo.
 Fábrica de teja usada como campo de concentración en Les Milles.

La muestra recoge cincuenta 
obras producidas en Les Milles, así como numerosos documentos inéditos que dan cuenta de la vida diaria en su perímetro. “Cada uno reaccionó de una manera distinta al internamiento”, apunta la comisaria de la muestra, Juliette Laffon. Por ejemplo, Bellmer llegó al campo con una maleta llena de ropa de verano, material de dibujo y las obras completas de Baudelaire. Contrariado por lo que le sucedía pero decidido a convertirlo en un estímulo para su arte, el pintor creó obras en las que introdujo lo que le rodeaba. Sus dibujos reflejan el ladrillo omnipresente, así como la sensación de estar viviendo una pesadilla surrealista. Todo lo contrario que Max Ernst, delatado por un vecino que le tomó por un espía alemán y sumido en la depresión al revivir los horrores de la Gran Guerra. Durante su internamiento apenas cogió el pincel. Springer prefirió retratar a los internos como si fueran divinidades clásicas u hombres de Vitruvio, mientras que el solitario Wols se refugió en sus acuarelas circenses, que reflejaban los miedos que le asaltaban.
Es el único campo de concentración conservado intacto en Francia
La actividad artística no estaba prohibida y no debía ser realizada en la clandestinidad. “Hasta la primavera de 1940, los internos gozaron de cierta tolerancia. Bellmer incluso retrató a algunos de sus guardas y se organizaron veladas festivas que frecuentaron transformistas”, añade Laffon. En un horno industrial convertido en epicentro de la vida cultural en el campo, los rehenes erigieron Die Katakombe, que tomaba su nombre prestado de un cabaret contestatario en el Berlín de los días de Weimar. Los pintores convivieron con escritores y críticos, tenores y directores de orquesta, arquitectos y premios Nobel de medicina. Organizaron cursos y conferencias, representaciones teatrales e incluso óperas. Los cuatro nombres homenajeados por la muestra lograron sobrevivir, aunque no gozaron de un régimen distinto a los demás. “Conocieron la soledad, el exilio, la xenofobia, el descenso a una categoría inferior, la precariedad, la angustia y la privación. No fueron privilegiados y no vivieron en una torre de marfil. Cada uno de estos artistas se vieron reducidos a su estatus de recluso", describe el crítico de arte Alain Paire en el catálogo de la muestra.
Pintores como Max Ernst o
Alfred Schulze dejaron aquí su huella
En 1982, el Estado francés intentó iniciar el derribo del lugar, recuerdo indeleble del incómodo pasado que simbolizan los días de Vichy. La movilización de las asociaciones de deportados logró salvar el lugar. Tras treinta años de insistencia, consiguieron forzar al gobierno para convertirlo en un lugar de memoria. “Todo el proyecto pretende recordar los hechos para evitar que se vuelvan a producir”, afirma Fonvielle. “Y en ese marco se inscribe esta exposición”.


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